La iglesia de los Santos Justo y Pastor.
Curiosidades y maravillas de los templos románicos. (PARTE I)
Segovia capital cuenta con uno de los patrimonios de época románica más
ricos de España, y por ende de Europa. Entre iglesias, muralla, partes del
alcázar y gran cantidad de portadas de viviendas, en el llamado Barrio de los
Caballeros y también en el de las Canonjías, pocas ciudades la superan en
España en cantidad de monumentos de esta época. La provincia no le va a la zaga,
y existen impresionantes iglesias como las de Duratón, Sotosalbos, San Miguel
de Fuentidueña y otras por llamarlo de algún modo, digamos… “menores”, que
aparentemente pasan desapercibidas, pero que están cargadas de impresionantes
singularidades. Me refiero a templos como los de La Cuesta, Caballar, Santiago
en Turégano, Pecharromán, Barahona del Fresno, Orejana, Cuéllar, Sepúlveda, y
un casi interminable etcétera.
El apelativo “románico”, fue acuñado en el siglo XIX por los arqueólogos,
por el parecido de los templos del inicio de la Edad Media con lo que se hacía
en la antigua Roma. No obstante es frecuente, en textos de principios de esta
época encontrar el vocablo bizantino, cuando se refieren a iglesias y torres
románicas. De hecho, incluso alguna guía de viaje moderna sigue incluyendo, ya
por error, que ciertas torres o iglesias románicas son bizantinas.
Una curiosidad más: El estilo arquitectónico que siguió justo a
continuación del románico fue el gótico. El tal nombre que ahora nos resulta
normal, es sin embargo totalmente peyorativo, un menosprecio. Fue denominado
“gótico” despreciativamente por los artistas del renacimiento, al considerarlo un
arte bárbaro, proveniente de los godos, comparado con su arte puro, proveniente
directamente de la influencia del mundo greco-romano.
Hoy, poco a poco, se está empezando a valorar nuestro envidiable
patrimonio cultural que en el pasado cercano otros no supieron apreciar. De
hecho, tres de las maravillas que atesorábamos “hicieron las Américas”. La
primera, el ábside de la iglesia de San Martín de Fuentidueña. Fue cedida de
modo indefinido al gobierno de los Estados Unidos, a cambio de seis pinturas
que habían sido expoliadas de San Baudelio de Berlanga (Soria), y que ahora se custodian
en el museo del Prado (una de ellas, la de un elefante, la veremos más
adelante). En la actualidad, dicho ábside se puede admirar en la sección de los
claustros del museo Metropolitano de Nueva York.
La segunda en hacer las Américas, fue parte del enorme monasterio
cisterciense de Santa María la Real de Sacramenia. El claustro, el refectorio y
la sala capitular, fueron inconscientemente vendidos a tratantes de arte
estadounidenses, desmontados piedra a piedra y transportadas estas a Nueva
York. Tras muchos avatares, las más de 10.000 cajas con más de 35.000 bloques
de piedra, fueron transportados años después a Miami Beach, donde aún siguen
constituyendo “The church of Saint Bernard of Clairvaux”, lo que se considera
la edificación más antigua de los EEUU.
Ese mismo fue el destino de la tercera de nuestras “obras de arte
viajeras”, parte del convento de San Francisco de Cuéllar, vendido al mismo
tratante de arte, un tal Arthur Byne, el mayor expoliador de arte español
conocido.
Qué se puede esperar de una época en la que incluso al acueducto se puso
precio. Sí, sí, el mismísimo acueducto fue tasado pericialmente y se valoró en
990.000 pesetas, unos 6.000 Euros. Así lo recoge, El Adelantado de Segovia del
lunes 24 de Febrero de 1919, bajo el titular “El acueducto finca urbana”. Si
hubiera habido algún caprichoso magnate que hubiera querido y podido afrontar
la costosa operación de desmontar el acueducto, embalarlo y montarlo en su
tierra, a lo mejor ahora lo estaban admirando ojos ajenos… pero a lo nuestro.
La historia que empieza a
continuación, servirá de mucho cuando se siga leyendo el libro, porque después
vendrán otros tres cuentecillos más en los que se hablará de más cosas de nuestro riquísimo y espléndido
pasado medieval. Con el presente relato se aprenderán, si es que no se saben
ya, curiosas características sobre el arte románico, encuadrado en Segovia
desde la reconquista de la ciudad en 1088 por Alfonso VI (en la época del
mismísimo Cid Campeador) en el siglo XI, hasta bien entrado el siglo XIII.
Pienso que de este modo, habrá ya muchos conocimientos en la mente que quizá,
antes eran desconocidos y así será más fácil, y amena, la lectura de los otros
tres cuentos “medievales”, que seguirán a continuación. De modo que, amables
lectores, vamos a por ello:
¿Qué veis, cuando caminando pasáis al lado de los grandes tesoros
románicos que conservamos en Segovia? ¿Qué os transmiten esas torres, esos
arcos, esas centenarias edificaciones de piedra? ¿La rotunda robustez de su
construcción? ¿La desnuda roca tallada con maestría? ¿Os habéis parado alguna
vez a contemplar lo que la piedra cuenta en sus canecillos, en sus capiteles,
en sus pórticos? ¿Qué sentís, cuando entráis en uno de estos templos? Los
sentimientos que experimentáis cuando entráis en una iglesia románica es igual,
o diferente, que cuando entráis en otra construido en otro estilo
arquitectónico. ¿Sentís lo mismo al entrar en San Millán, la Vera Cruz o San
Martín, que al ingresar en las modernas parroquias construidas en los últimos
años? ¿Sentís lo mismo, que al entrar en la grandiosa catedral?
No recuerdo dónde leí, que las gigantescas y esplendorosas catedrales góticas
habían sido concebidas para llevar las almas de los creyentes hacia Dios,
mientras que los humildes templos románicos lo fueron para lo contrario, para
llevar a Dios, hacia las almas de los creyentes. Se podrá estar, o no, de
acuerdo con esta afirmación, supongo que irá en cada persona, pero al menos yo,
no puedo estar más de acuerdo.
Hoy en día tenemos ipod, ipad, smarphones, tablets, todo tipo de
artefactos tecnológicos de nombres casi impronunciables, potentes ordenadores
de mil marcas, internet (¡¡por cierto, estar atentos a la lectura pues en un
momento dado, el protagonista os pedirá, sutilmente, que comprobéis algo con
google maps!!), llevamos todo el conocimiento del planeta en nuestros
bolsillos, en los móviles… y sin embargo, todos estos cacharros no pueden hacer
algo que una cosa que siempre hemos tenido, y que “traemos de serie”. Una
herramienta más potente, y definitivamente más poderosa, que todos esos
ingenios: Nuestra imaginación. Usadla un momento conmigo… para situarnos aquí
mismo… en Segovia, cuando las obras de un pequeño templo, de un humilde arrabal
de artesanos dedicados a los oficios de los paños, el arrabal de San Justo y
Pastor, estaban muy avanzadas. Prácticamente terminadas… eso fue hace casi,
ochocientos años… Dejad que vuestra mente vuele a aquella hermosa, pero
terrible época… que fue la Edad Media…
¿Estáis ya aquí? ¿Conmigo? Abrigaos. Ayer también nevó, y en la calle
hace frío, mucho, muchísimo frío. Ya ha atardecido. Acaban de tañer los
consabidos toques de cuerno que anuncian el cierre de las puertas de la
muralla, aunque nosotros vamos caminando por fuera, subiendo un camino por el
barranco frente a la puente seca, el acueducto, que conduce al arrabal de San
Justo, en el altozano conocido como “el Cerrillo”. Hay que llegar a casa antes
de que las tinieblas espesen toda la tierra con su tupido manto. El suelo está
embarrado como siempre que llueve o nieva. Huele a humo por toda la villa. Es
un olor agradable el de la madera quemada, de solo olerlo ya casi uno entra en
calor, pero solo casi. Hay que tener cuidado donde se pisa, pues hay quien no
tiene corral tras la casa y arroja… desagradables restos a la calle, que se
mezclan con el barro y la nieve. Los pies están húmedos y helados. Tras siete
años con las mismas botas, aunque sean de buen cuero y se las dé manteca a
menudo, tienen un agujerillo por donde se me mete el agua, a ver si hay trabajo
en el campo este año, o alguna incursión contra los moros tras la primavera y se
puede hacer algún dinero. Se escucha por ahí, que el muy alto, muy noble y muy
poderoso señor don Alfonso VII, el Emperador, quiere romper las treguas con los
almorávides, ya veremos.
Ya casi llegamos a nuestro destino. Se le distingue claramente del resto.
Es una casa de piedra que pertenece a la iglesia. Tendemos a pensar en las
villas medievales como cuando nos viene al recuerdo Pedraza, con todas sus
casitas de piedra, pero… eso es un error. El mundo medieval era eminentemente
de madera, las casas corrientes eran poco más que chamizos de madera y adobe.
Solo las viviendas de los opulentos eran de piedra, y las de los muy, muy
pudientes con dos plantas, las dos de piedra, varias ventanas y hasta dos
chimeneas.
Abrimos con cuidado la puerta, no queremos molestar a quien está dentro.
Aunque la chimenea está en la otra punta de la estancia, nada más entrar se
nota el calor de la lumbre, que lanza un juego de sombras sobre un hombre
sentado a una gran mesa frente al fuego, y dándonos la espalda. Se escuchan los
cantos provenientes desde fuera, de la casi concluida iglesia de los santos
niños mártires Justo y Pastor, y nos vemos envueltos por un tranquilizador halo
de espiritualidad. El hombre parece un monje, o un sacerdote. Está arropado por
un pesado hábito marrón, y tiene la mesa llena de pergaminos y gruesos
manuscritos… Démosle voz. Escuchadle sin hacer ruido… y aprenderéis mucho de
él… (continuará...)
Me alegra tener noticias tuyas! Muy cautivador tu relato, me trae recuerdos de la novela del herrador, y del molino de Castilla donde te la compré. Estabas tú con una chica muy maja vestidos de medievales. Abrazos
ResponderEliminar¡¡Guillermo compañero!! Cuánto tiempo!! Muchas gracias por tu comentario. Espero que sigas escribiendo tu novela de la Guerra de Sucesión. De vuelta ese abrazo para ti!!
ResponderEliminarQue bien escribes!!! Un relato magnífico que gracias a tus palabras somos capaces de vivir en primera persona. Gracias por tus historias.
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