Como se acerca la lluvia de estrellas y San Lorenzo, aquí os dejo este extracto de mi primera novela, El hijo del herrador, en el que su prota, Diego, se enfrenta de nuevo a su impertinente señor, el desventurado infante Don Fernando. Espero que os guste.
....Tenía la vasija de vidrio, tenía las luciérnagas, tenía a mi príncipe
rebelde y tenía, muy seguramente, la natural curiosidad infantil de todo
párvulo (por muy heredero a Castilla que fuera). La noche siguiente, cual todas
las noches hacía, don Fernando me llamó para apagar los velones de su cámara.
Ese, era el momento que yo había esperado.
–Diego! ¡Apagadme las velas! –Gritó.Yo acudí presto. –Ya voy alteza. –Antes de apagar la última puse en marcha mi idea. –¿Me permitís una pregunta?
–Si no me entretenéis mucho, adelante.
–No lo haré alteza ¿Habéis hablado alguna vez con nobles de mi tierra?
¿De Segovia?
–Agora no recuerdo ninguno en concreto, mas es seguro que si, pues he
despachado con señores de todos los confines del reino. –Jactose el niño.–¿No os habrán hablado los de Segovia de cómo nos iluminamos allí los villanos?. –Dije remarcando esa palabra. –En las noches de verano ¿verdad?
–Pues... no, claro que no ¿Por qué iban ellos a hablarme de esas tonterías?
–¡Uf! ¡Menos mal! –Exageré, y apagué con un soplido el último de los velones de la cara cera de abeja. –Hasta mañana alteza, que descanséis bien.
–¡Diego! ¿Cómo os ilumináis en verano?
–¡Lo sabía! En la oscuridad de la habitación no pude evitar un gesto de triunfo y sonreí complacido, parecía que mi idea estaba funcionando.
–¡Ah! No merece la pena señor, como vos siempre decís, son tonterías. La condición de villano no es fácil. Nuestra vida es dura, nos dedicamos a trabajar todo el día, y hacemos pocas cosas divertidas, aunque... he de reconocer que aquesta es una de ellas. En fin, siento haber hecho perder vuestro tiempo con mi pregunta. Hasta mañana si Dios quiere.
–¡Diego! Un momento... decidme cómo lo hacéis... Por favor.
–¡Por favor! Era la primera vez que escuchaba esas palabras salir de su boca dedicadas a mí. Aún así continué alentando su curiosidad.
–Alteza, no os gustará, además... –E hice una estudiada pausa.
–¿Además qué? –Preguntó él, tal y como yo esperaba.
–Además... es un secreto. –Dije bajando la voz. –Lo hacemos en Segovia desde generaciones, los padres se lo transmiten a sus hijos... la luz que no proviene de las velas... –Dije en el tono más misterioso que fui capaz.
–¡¿Luz que no proviene de las velas?! ¡Enseñádmelo os lo ruego!
–Está bien alteza, mas habéis de jurar que aquesto quedará entre nos, será un pacto de hombre a hombre, y a nadie contaréis el secreto si no es en el futuro, cuando si Dios lo tiene a bien, os bendiga con mucha descendencia y se lo transmitáis a ellos.
–Os juro que así será. Tenéis mi palabra Diego.
–Y Yo como buena es la tomo, alteza. Está bien, aguardad un instante, voy a mi cámara. Como es lógico, aunque esté fuera de mi tierra lo sigo usando
–¡¿Entonces me lo mostraréis agora?!
–Así es, en un instante vuelvo.
Salí hacia mis aposentos do guardaba la vasija con docenas y docenas de luciérnagas que revoloteaban en su interior. Al fondo varias lombrices las servían de alimento. Tapé el objeto de vidrio con un paño oscuro y regresé a la cámara de don Fernando. La destapé frente a él, iluminando no solo la estancia, sino también una sonrisa de asombro cual no había visto en mucho tiempo.
La sorprendida mirada del niño, iba de la vasija hacia mí y de mí, hacia la iluminada habitación, para volver de nuevo a la vasija en la cual, volaban los insectos emitiendo su luz amarillo–verdosa.
–¡Es maravilloso Diego! Jamás había visto nada igual. ¿Puedo tomar el recipiente?
–Claro alteza, asidlo sin miedo.
El heredero de Castilla, tomó la vasija entre sus manos con sumo cuidado y luego empezó a levantarla y moverla de aquí para allá, mirando entre divertido y asombrado, las caprichosas sombras que se formaban en la habitación.
–¡Es fantástico! ¡De veras es fantástico! ¿Por qué dan luz las luciérnagas?
Entonces, yo me senté a su vera en el lecho y le conté cuando años atrás, muchos años atrás, nosotros de niños, nos habíamos hecho la mesma pregunta y de cómo no habíamos llegado a conclusión alguna. Don Fernando quedó muy pagado con la anécdota. Le dexé la “vasija brillante” y me dispuse a tornar a mi cámara, mas un último pensamiento pasó por mi cabeza.
–Alteza, ¿Recordáis el día que vuestra señora madre nos presentó en el salón del trono?
–Si Diego, lo recuerdo y agora os pido excusas por mi modo de comportarme. No fue... no fue el más adecuado. –Disculpose con cabeza gacha.
–¡Bah! Olvidadlo alteza. Eso carece de importancia ¿Recordáis que os dije que esperaba algún día poder demostraros que los villanos y los campesinos también podemos ser divertidos?
–Si, si, también lo recuerdo y aquesta noche lo he comprobado, una vez más os pido disculpas. Os juzgué mal.
–¿Aquesta noche alteza? No me refería yo a aquesta noche, lo de
aquesta noche solo han sido unos simples insectos encerrados en cristal. –Dije
quitando importancia a mi propio éxito. –Mañana si Dios lo quiere y si vos
gustáis... podríamos ver algo más grande, mucho más grande que unos bichos en
movimiento. Si os place alteza, podríamos ver... las estrellas... en
movimiento. Al menos yo iré a verlas. ¿Contaré con el privilegio de vuestra
compañía?
–¡No os imagináis Diego, cuanto ansío que llegue ese momento! –Exclamó
el infante con los ojos muy abiertos, iluminados por la vasija de vidrio.
–Hasta mañana pues alteza, descansad.–Hasta mañana Diego. ¡Ah Diego!
–¿Alteza?
–Muchísimas gracias Diego. Estad seguro de que no revelaré a nadie lo de las luciérnagas.
–No las merecen señor. Y estoy bien seguro de que no lo haréis.
Y marché a mi habitación harto contento, pues bien sabía yo que al día siguiente, diez de Agosto, era la festividad de San Lorenzo y en esa noche ocurría un fenómeno conocido como las Lágrimas de San Lorenzo. Se decía que había sido tan bienhechor ese santo, que hasta el mesmo cielo lloraba por su pérdida, y había tal cantidad de estrellas fugaces en esa noche, que bien daba la sensación de que el cielo entero estuviere llorando.
Mas lo mejor de todo, es que gracias a las luciérnagas y al bueno de
San Lorenzo, la actitud del infante hacia mí, tornose como por encantamiento y
en pocos meses, empezó a aficionarse a mi persona y a los consejos que yo por
buenos le daba. Los ambiciosos nobles empezaron a desaparecer, solo un puñado
de entre ellos (que al final resultaron buenas gentes) restaron en Burgos al
servicio del hijo de don Alfonso y doña Leonor, el cual, tomó libros, armas,
caballos y cuanto había menester en el ejercicio de sus funciones como heredero
al trono de Castilla...
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Que grandes recuerdos releer El Hijo del Herrador!!!
ResponderEliminarEspero que pronto nos deleites con otro pedazito de Historia con mayúsculas y que podamos trasladarnos en el viaje del tiempo que tu literatura nos obsequia.
Un abrazo, José Mª. Dorado.
Muchas gracias José María!!!! tiempo al tiempo todo llegará. Un abrazo a esa gran familia!!
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